SEMANA IV

Cualquiera que me conozca sabe que no soy una chica deportista, pero dado que estoy haciendo una dieta americana profunda (hamburguesa para desayunar, comer, y cenar, básicamente), he empezado a sentir una cierta necesidad de visitar ese lugar, extraño para mí, llamado gimnasio. Mi roomie Amelia es una autentica fanática del cardio y no hace más que alabar el RecPlex, el gimnasio que acaba de reformar y ampliar la Universidad. Está decidido: voy a ir. Me enfundo en unas mallas grises deportivas y me ato los cordones de unas deportivas que apenas habré utilizado un par de veces. Allá vamos. Concéntrate en la respiración e intenta no morir en el intento. 

Boquiabierta. Esa es la palabra exacta que describe cómo me quedo cuando veo el interior del inmenso gimnasio decorado con stags, la mascota de la Universidad, y con colores y frases muy positivas y motivadoras. No sé ni por dónde empezar, pero acabo estando una hora y media allí y, tengo que admitir, que me siento genial al terminar el entrenamiento. Claro que luego mis amigos me cuentan que en BCC es Late Night y que regalan camisetas, banderines, termos, y tortitas con sirope y esa sensación de salud y energía desaparece entre bocado y bocado. Pero volveremos, RecPlex, volveremos. 

Me estoy acostumbrando a salir de mi residencia y encontrarme con ardillas rebuscando bellotas en la hierba o con venados cruzando por el campus. Me estoy acostumbrando a salir de mi residencia y a hacerme una foto cada mañana con un lugar diferente. E incluso me estoy acostumbrando a costumbres extrañas que tienen por aquí, como la de no hablar con nadie en clase (pero ni antes ni después) o la de cenar a las 5 de la tarde. 

Esta semana, a diferencia de la pasada, de lo que nadie puede dejar de hablar es del Pres Ball, una fiesta organizada por la propia Universidad al que acuden los estudiantes arreglados para bailar, comer, pasarlo bien, y hacerse una foto con el presidente de Fairfield University. A pesar de que entre trabajos y deberes se me echa el tiempo encima, logro encontrar un hueco para comprar una entrada antes de que se agoten. Para comprar el vestido, decidimos ir al mall en Trumbull, aunque, aún no sé como, dos amigas y dos desconocidos acabamos en la universidad Sacred Heart. Para volver a la nuestra, cogemos un bus, que lejos de llevarnos a Fairfield University nos deja en Bridgeport, otra ciudad completamente diferente. Entre risas y bromas llamamos a un Uber y lo esperamos debajo de un puente. ¿Llegaremos a tiempo al Pres Ball? Finalmente, pisamos de nuevo suelo de Stags. 

Creo que lo que vi esa noche superó todas mis expectativas. Primero estuve con mis roomies y algunos amigos en nuestro apartamento arreglándonos. ¿Mejor esta falda de cuero negra con los botines o el vestido rojo largo? ¿Debería usar esta sombra de ojos o mejor aquella otra? ¿Creéis que voy bien? La respuesta de Dakota a esta pregunta sirvió para subirme la autoestima: "Tú siempre vas muy bien, eres nuestra sexy lady from Spain. Me vas a tener que enseñar tus secretos a la hora de vestir". La noche empezó, pues, muy bien, y continuó mejor cuando llegué al Bellarmine, el imponente edificio en cuyo jardín habían colocado tres carpas inmensas: dos repletas de mesas con comida y globos y otra con un escenario con DJ, luces y humo. Vaya despliegue. ¡Ah! Y a la salida, dos food trucks con perritos calientes y helados. Sin duda, creo que esto está empezando a enamorarme. Siempre hay algo que hacer, alguien con quien hablar, un plan improvisado que surge. Y no sé cómo, hay tiempo para todo, incluso para seguirme acordando de todas esas magníficas personas que, día tras día, me siguen preguntando qué tal va todo por los Estados Unidos. ¡So far, so good!

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SEMANA III

Todo el mundo lo sabe y todo el mundo habla de ello. Este sábado hay fiesta en la playa. Al llegar al apartamento tras un día lleno de clases, me encuentro a mis tres roomies sentadas en la mesa de la cocina hablando animadamente sobre este evento. Al parecer, es tradición asistir a fiestas en la playa durante los primeros fines de semana. Pues yo no voy a ser menos. Además, así conozco un poco más el pueblo, que de momento casi no me he movido del campus. Me planteo ir con mis amigos internacionales, pero finalmente mis roomies me sorprenden invitándome a ir con ellas y algunos de sus amigos. Es la primera vez que vamos a hacer algo juntas y, de hecho, la primera vez que vamos a mantener una conversación algo más profunda de las habituales. Ojalá esto sirva para conocernos más y para que poco a poco vayamos cogiendo más confianza las unas con las otras. Bueno, más bien para que yo coja confianza con ellas y ellas conmigo, porque mis tres compañeras se conocen desde que eran freshmen, por lo que llevan siendo amigas mucho tiempo. Yo soy la nueva aquí. 

La semana pasa rápido. Hago el primer quiz en clase de Matemáticas, asisto a un evento satírico sobre política de los Estados Unidos en el Quick Center of Arts, empiezo a cogerle el gusto a estudiar en la biblioteca rodeada de personas y con un caramel frappuccino del Starbucks, y conozco a nuevos amigos. El tiempo empieza a ir más rápido, y, sin darme cuenta, he dejado de contar cada día que pasa. 

El calendario va desgranando los días y pronto llega el ansiado sábado. Me despierto con una mezcla de ilusión, alegría, y nervios. Sí, nervios. Al fin y al cabo, nunca antes he pasado tanto tiempo a solas con mis roomies. Tal y como me recomiendan, me pongo el bikini debajo de la ropa, a pesar de que sé perfectamente, por el fresquito que ya hace, que lo único que meteré en el mar serán los pies, y si acaso. Según pasan los minutos, el apartamento 403 de Mahan se va llenando de vida. Empieza a venir gente, amigos de mis roomies, que amenizan sus charlas con música de fondo y bailes. Erin decide que ya es la hora. Llamamos a un Uber y ponemos rumbo a la playa, donde me encuentro con las imponentes casas de pescadores y de las fraternidades de la Universidad. Es todo tan Americano... como estar viviendo en una película. 

Los primeros acordes de la canción "Closer" emergen de una de las casas con tanta potencia que inundan gran parte de la playa de Fairfield. Empiezan los bailes, los cantos, las risas, las charlas y, cómo no, las fotos para inmortalizar todos esos buenos momentos. ¡La cosa está animadísima y son las 12 de la mañana! Wow. No sé cómo es posible, pero la siguiente vez que miro el reloj son las 3 y es la hora de irnos. Les agradezco a mis roomies la magnífica compañía una vez que llegamos al campus y por primera vez, siento que acabaremos encajando y siendo amigas. 

Sin apenas tiempo para quitarme el bikini o las chanclas, me llaman mis amigos proponiéndome bajar al pueblo. Allá que vamos, de tiendas, y luego a cenar a un restaurante chino en el que hacen un pollo teriyaki sublime. O tal vez no sea tan exquisito y es que cualquier cosa fuera del Dining room ya me sabe a gloria.

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SEMANA II

Hay algo diferente en el apartamento 403 de Mahan. Hasta ayer, yo era la única persona viviendo allí, pero hoy hay dos habitaciones llenas de maletas, cajas, y objetos de decoración. Qué nervios. Espero caerles bien y llevarme bien con ellas. Y entonces aparecen riéndose a carcajadas dos chicas morenas, una alta y otra bajita, que se me quedan mirando con los ojos muy abiertos, tal vez esperando que sea yo la primera en decir algo. Así que me presento y les doy los típicos dos besos de España, olvidando una vez más, que aquí solo se da uno. Ups. Ellas me dicen que se llaman Erin y Amelia y que nuestra cuarta compañera, Dakota, llegará esa misma noche. Hechas las presentaciones, parece que no tienen más que decirme y se marchan a continuar con sus mudanzas. 

Mientras tanto, yo voy aprendiendo a moverme por el campus y a memorizar dónde está cada edificio y cada lugar importante. Ya sabemos cómo funciona el Dining Room, el Stag Bar, la biblioteca... Pero nos falta una de las cosas más importantes: las clases. Según se va acercando el momento de empezar el curso académico, sentimos que se nos acaba esta especie de vacaciones improvisadas que hemos tenido durante una semana y reaparecen el agobio y los nervios. De nuevo, todo son dudas e interrogantes sin respuesta. 

Además, es curioso, porque el inicio de las clases está fijado para un martes, pero ese es mi día libre, así que, mientras todos mis compañeros van incorporándose a la vida académica y conociendo un poco más la universidad y su funcionamiento, yo me dedico a perder el tiempo y a aumentar mis nervios. Pero todo llega, y el miércoles no se hace esperar demasiado. 

Me estreno con Matemáticas y francamente, no puedo salir con mejor sabor de boca de esa clase. El profesor, que es de Inglaterra, se explica con mucha claridad y se preocupa mucho de que las dos españolas nos enteremos de lo que está diciendo. Los compañeros, por su parte, parecen bastante simpáticos, aunque nadie hable con nadie. 

Todo lo contrario sucede con la siguiente clase, Creative Writing. En este caso, es como si Murphy se me hubiera pegado a la nuca y me hubiera dado toda la mala suerte de este mundo. Dolan 107, ahí es, según mi horario, donde tengo que dirigirme. Y siguiendo las indicaciones de la gente que ya se conoce el campus, allí es donde me dirijo, pero cuando me dan una guía didáctica sobre derecho penal en los Estados Unidos me doy cuenta de que, efectivamente, me han indicado mal. ¡Qué vergüenza, esa no es mi clase! Salgo lo más rápido que puedo de ahí, deseando que me trague la tierra. Cuando vuelvo a preguntar, me acompañan a otra zona del campus, a media hora caminando de la anterior, que también se llama Dolan. Pero tampoco es ahí, ya que en ese edificio solo hay apartamentos, no aulas. ¡Qué desesperación! Pregunto y pregunto por mi clase, pero nadie sabe exactamente dónde está y, para cuando finalmente consigo llegar, el profesor ya se ha ido (a pesar de que faltaban 40 minutos de clase). Pero es que... ¿A quién se le ocurre poner el mismo nombre a tres edificios diferentes? Brrr.

Al día siguiente todo va bien, las clases se suceden ya sin ningún contratiempo más allá del de comprar los libros de texto, que son casi igual de caros que los MacBooks, que por cierto, parece que regalan con las cajas de cereales, porque todo el mundo tiene uno. 

Y así, entre películas con mis roomies, nuevas clases cada día, deberes por hacer, y primeras excursiones al downtown de Fairfield se pasa esta segunda semana en la que aún, la sombra de Madrid y de todos los que allí están es muy alargada. ¡Pero nada que no pueda arreglarse con un buen Skype!

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SEMANA I

Nunca me han gustado las despedidas. En este caso, era un adiós a corto plazo. Familia, amigos, en cuatro meses os volveré a ver, me digo, aunque las lágrimas no dejan de caer por mis mejillas. Ni siquiera una vez que subo al avión e intento disfrutar de una buena película consigo parar de llorar. Los pasajeros y las azafatas se entremezclan en los angostos pasillos en una danza cadencial, casi hipnótica, que se me antoja irreal. Pero, tras ocho horas de vuelo amenizado en más de una ocasión por las turbulencias, una semi-diosa de color turquesa que sujeta una antorcha parece acercarse al avión para susurrarme: "Esto es real. Esto es América". 

El JFK me recibe con los brazos abiertos, aunque no será Nueva York mi destino final, sino un pequeño pueblo en el estado de Connecticut. A medida que el coche deja atrás la ciudad que nunca duerme comienzo a pensar en todo lo que se me viene encima. ¿Seré capaz de comprender bien lo que me dicen? ¿Conoceré a mucha gente? ¿Cómo serán mis compañeras de piso? ¿Dónde viviré? ¿Serán difíciles las asignaturas? ¿Conseguiré encajar aquí? Y de pronto, un gran letrero en el que está escrito Fairfield University, me saca de mis pensamientos. Aquí estoy. Ahora sí que sí. 

Mi advisor me espera enfrente de un edificio al que ella llama BCC. Una vez rellenos los formularios y hechas las presentaciones, me enseña algunas zonas del campus de camino a mi residencia. Dios mío, esto no es grande, es monstruoso. Voy a tener que moverme con GPS por aquí dentro siempre. Todo me admira y me asombra. Desde los edificios no demasiado altos en los que se dan clases, hasta las zonas verdes y ajardinadas, pasando por el lago y las farolas con los estandartes de la universidad. Y finalmente llegamos. Mahan. Mi advisor me abre la puerta de lo que será mi residencia durante los próximos cuatro meses y me guía hacia mi apartamento, el 403. 

La puerta se abre dejando al descubierto un amplio salón con cocina americana. A cada lado del mismo hay dos habitaciones. Seremos cuatro personas viviendo aquí, aunque de momento, solo estaré yo, la chica internacional, porque los estudiantes que viven en USA no tienen que mudarse al campus hasta la próxima semana. Esa noche, no sé muy bien si es por el aire acondicionado o por la abrumadora soledad que siento, no duermo nada bien a pesar de la paliza del viaje y de la diferencia horaria con España. 

Los siguientes días son una vorágine de experiencias y sensaciones nuevas. Conozco a un grupo de personas internacionales y participamos en todas las actividades de la orientación: ir al zoo del Bronx, ir a la bolera, jugar al Bingo mientras tomamos pizza, hacer una gymkana fotográfica por el campus, comprar en el Trumbull Mall, ir a un parque de aventuras y tirolinas.... Creo que no solo yo, sino que todos los que estamos aquí nos sentimos como si estuviéramos en un campamento. ¡Pero yo aquí he venido a estudiar tercero de carrera! Y aunque los días son entretenidos, en las noches me visitan los fantasmas de toda la gente que he dejado atrás en mi ciudad, en Madrid.

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