SEMANA I

Nunca me han gustado las despedidas. En este caso, era un adiós a corto plazo. Familia, amigos, en cuatro meses os volveré a ver, me digo, aunque las lágrimas no dejan de caer por mis mejillas. Ni siquiera una vez que subo al avión e intento disfrutar de una buena película consigo parar de llorar. Los pasajeros y las azafatas se entremezclan en los angostos pasillos en una danza cadencial, casi hipnótica, que se me antoja irreal. Pero, tras ocho horas de vuelo amenizado en más de una ocasión por las turbulencias, una semi-diosa de color turquesa que sujeta una antorcha parece acercarse al avión para susurrarme: "Esto es real. Esto es América". 

El JFK me recibe con los brazos abiertos, aunque no será Nueva York mi destino final, sino un pequeño pueblo en el estado de Connecticut. A medida que el coche deja atrás la ciudad que nunca duerme comienzo a pensar en todo lo que se me viene encima. ¿Seré capaz de comprender bien lo que me dicen? ¿Conoceré a mucha gente? ¿Cómo serán mis compañeras de piso? ¿Dónde viviré? ¿Serán difíciles las asignaturas? ¿Conseguiré encajar aquí? Y de pronto, un gran letrero en el que está escrito Fairfield University, me saca de mis pensamientos. Aquí estoy. Ahora sí que sí. 

Mi advisor me espera enfrente de un edificio al que ella llama BCC. Una vez rellenos los formularios y hechas las presentaciones, me enseña algunas zonas del campus de camino a mi residencia. Dios mío, esto no es grande, es monstruoso. Voy a tener que moverme con GPS por aquí dentro siempre. Todo me admira y me asombra. Desde los edificios no demasiado altos en los que se dan clases, hasta las zonas verdes y ajardinadas, pasando por el lago y las farolas con los estandartes de la universidad. Y finalmente llegamos. Mahan. Mi advisor me abre la puerta de lo que será mi residencia durante los próximos cuatro meses y me guía hacia mi apartamento, el 403. 

La puerta se abre dejando al descubierto un amplio salón con cocina americana. A cada lado del mismo hay dos habitaciones. Seremos cuatro personas viviendo aquí, aunque de momento, solo estaré yo, la chica internacional, porque los estudiantes que viven en USA no tienen que mudarse al campus hasta la próxima semana. Esa noche, no sé muy bien si es por el aire acondicionado o por la abrumadora soledad que siento, no duermo nada bien a pesar de la paliza del viaje y de la diferencia horaria con España. 

Los siguientes días son una vorágine de experiencias y sensaciones nuevas. Conozco a un grupo de personas internacionales y participamos en todas las actividades de la orientación: ir al zoo del Bronx, ir a la bolera, jugar al Bingo mientras tomamos pizza, hacer una gymkana fotográfica por el campus, comprar en el Trumbull Mall, ir a un parque de aventuras y tirolinas.... Creo que no solo yo, sino que todos los que estamos aquí nos sentimos como si estuviéramos en un campamento. ¡Pero yo aquí he venido a estudiar tercero de carrera! Y aunque los días son entretenidos, en las noches me visitan los fantasmas de toda la gente que he dejado atrás en mi ciudad, en Madrid.

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