SEMANA II
Hay algo diferente en el apartamento 403 de Mahan. Hasta ayer, yo era la única persona viviendo allí, pero hoy hay dos habitaciones llenas de maletas, cajas, y objetos de decoración. Qué nervios. Espero caerles bien y llevarme bien con ellas. Y entonces aparecen riéndose a carcajadas dos chicas morenas, una alta y otra bajita, que se me quedan mirando con los ojos muy abiertos, tal vez esperando que sea yo la primera en decir algo. Así que me presento y les doy los típicos dos besos de España, olvidando una vez más, que aquí solo se da uno. Ups. Ellas me dicen que se llaman Erin y Amelia y que nuestra cuarta compañera, Dakota, llegará esa misma noche. Hechas las presentaciones, parece que no tienen más que decirme y se marchan a continuar con sus mudanzas.
Mientras tanto, yo voy aprendiendo a moverme por el campus y a memorizar dónde está cada edificio y cada lugar importante. Ya sabemos cómo funciona el Dining Room, el Stag Bar, la biblioteca... Pero nos falta una de las cosas más importantes: las clases. Según se va acercando el momento de empezar el curso académico, sentimos que se nos acaba esta especie de vacaciones improvisadas que hemos tenido durante una semana y reaparecen el agobio y los nervios. De nuevo, todo son dudas e interrogantes sin respuesta.
Además, es curioso, porque el inicio de las clases está fijado para un martes, pero ese es mi día libre, así que, mientras todos mis compañeros van incorporándose a la vida académica y conociendo un poco más la universidad y su funcionamiento, yo me dedico a perder el tiempo y a aumentar mis nervios. Pero todo llega, y el miércoles no se hace esperar demasiado.
Me estreno con Matemáticas y francamente, no puedo salir con mejor sabor de boca de esa clase. El profesor, que es de Inglaterra, se explica con mucha claridad y se preocupa mucho de que las dos españolas nos enteremos de lo que está diciendo. Los compañeros, por su parte, parecen bastante simpáticos, aunque nadie hable con nadie.
Todo lo contrario sucede con la siguiente clase, Creative Writing. En este caso, es como si Murphy se me hubiera pegado a la nuca y me hubiera dado toda la mala suerte de este mundo. Dolan 107, ahí es, según mi horario, donde tengo que dirigirme. Y siguiendo las indicaciones de la gente que ya se conoce el campus, allí es donde me dirijo, pero cuando me dan una guía didáctica sobre derecho penal en los Estados Unidos me doy cuenta de que, efectivamente, me han indicado mal. ¡Qué vergüenza, esa no es mi clase! Salgo lo más rápido que puedo de ahí, deseando que me trague la tierra. Cuando vuelvo a preguntar, me acompañan a otra zona del campus, a media hora caminando de la anterior, que también se llama Dolan. Pero tampoco es ahí, ya que en ese edificio solo hay apartamentos, no aulas. ¡Qué desesperación! Pregunto y pregunto por mi clase, pero nadie sabe exactamente dónde está y, para cuando finalmente consigo llegar, el profesor ya se ha ido (a pesar de que faltaban 40 minutos de clase). Pero es que... ¿A quién se le ocurre poner el mismo nombre a tres edificios diferentes? Brrr.
Al día siguiente todo va bien, las clases se suceden ya sin ningún contratiempo más allá del de comprar los libros de texto, que son casi igual de caros que los MacBooks, que por cierto, parece que regalan con las cajas de cereales, porque todo el mundo tiene uno.
Eso, ¡que vivan las viodeollamadas online!